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Monseñor Luis Silva Lezaeta

  • Imagen del monumento Monseñor Luis Silva Lezaeta
  • Imagen del monumento Monseñor Luis Silva Lezaeta
  • Imagen del monumento Monseñor Luis Silva Lezaeta
Dedicado A: 
Luis Silva Lezaeta
Localización: 
Antofagasta, Antofagasta, Antofagasta
Dirección: 
Plaza Colón, eje del acceso a la Iglesia Catedral
Referencia Localización: 
Plaza Colón, eje del acceso a la Iglesia Catedral
Categoría: 
Monumentos Públicos
Tipología: 
  • Escultura

En la Plaza Colón, circundada por las calles José de San Martín, Antonio José de Sucre, Jorge Washington y Arturo Prat, frente a la Catedral de Antofagasta, se encuentra el monumento a Luis Silva Lezaeta. Consiste en una escultura de cobre que representa la figura entronizada del primer obispo de la ciudad. Su base es de concreto y en sus faces laterales se empotran dos placas: una está deteriorada hasta ser ilegible y la otra destaca la frase de Silva Lezaeta: “Los pobres son evangelizados”. El monumento fue inaugurado en 2009. Luis Silva Lezaeta nació en el valle de Colchagua el 2 de febrero de 1860. A los 22 años fue ordenado sacerdote, ocupando las plazas de párroco de La Serena, secretario del Vicariato Apostólico de Antofagasta, vicario de Sucre en Bolivia y vicario foráneo en Copiapó. En 1904 se instaló definitivamente en el puerto de Antofagasta, donde llegó a ser el primer obispo.

Impulsó el desarrollo de diversas obras públicas en Antofagasta, como el Hospital del Salvador, el asilo de ancianos, los colegios San Luis y Santa María, la iglesia San Francisco y la misma Catedral frente a la que se encuentra su monumento actualmente. Además, ofició como mediador entre los trabajadores y los empresarios durante la huelga general de 1906, que se inició por la demanda de ampliación del horario de colación de los obreros ferroviarios y que finalizó con la masacre de la Plaza Colón por parte de la guardia civil, guardias blancas y la marinería, con un saldo de 300 trabajadores asesinados. El 21 de mayo de 1929, Luis Silva Lezaeta fallece en la ciudad de Antofagasta, provocando una gran conmoción en los sectores políticos, religiosos e intelectuales. Sus restos fueron embalsamados y, según consigna la prensa de la época, los antofagastinos hicieron largas filas para despedir a quien llamaban “Apóstol del desierto”.